Cultura

Mi ojo por un dragón: ‘La casa del dragón’ se come a ‘Los anillos de poder’

La serie sobre los textos de George R.R. Martin consigue en pantalla un nivel de tensión y fragor por las pasiones humanas a años luz del pomposo y vacuo ejercicio de fantasía milimetrada inspirada por J.R.R. Tolkien

Completado el retorno de lo que va antes de lo que ya fue (o simplemente precuela) de los dos universos del fantástico mediavalizante más adictivos que ha dado tanto el cine como el tele, es el momento de votar. Y, por resumirlo mucho y evitar giros sorpresa, mi voto -y el de la propia televisión como concepto (esto lo explicamos luego)- es para los dragones. Pero bien es cierto que un voto no hace granero (ni gobierno) y en tiempos de máxima polarización y polinización (que también cuenta), quizá convendría mirar antes las cifras por aquello de que la democracia todo lo puede. Incluido el callar bocas.

En un principio y siguiendo los datos hechos públicos por las plataformas, ganaría el universo de Tolkien. ‘El señor de los anillos: Los anillos de poder’ debutó, a decir de Amazon Prime, con cerca de 25 millones de espectadores en todo el ancho mundo incluida la Tierra Media. Incluso cuando la encargada de la medición fue una empresa independiente como Nielsen, también episodio a episodio vencieron los pelosos a los Targaryen. Aunque, bien es cierto, con dudas. Lo que luego se supo es que mientras LCdD’ subía en audiencia entrega a entrega, ‘LAdP’ se sumían en una oscuridad difícilmente explicable y aún menos cuantificable. De golpe, HBO Max se descolgó con que a sus bestias lanzallamas no les quitaban ojo ni los tuertos: 29 millones por capítulo.

Otra cosa es la repercusión en redes sociales. Aquí parece claro que todo lo sucedido a Rhaenyra, hija de Viserys, ha merecido mucha más atención ‘memética‘ (por la ingente producción de memes) que el algo cansino deambular del elfo Arondir detrás a la vez de la conjura del pérfido Adar y del amor a él vetado de la humana demasiado humana Bronwyn. Del fanatismo de una Galadriel que cada vez que aparecía nos hacía pensar en Cate Blanchett ni hablamos. Todo se mide (el tráfico en redes incluido) y Parrot Analytics colocó a la primera 54 veces por encima de lo que llama compromiso medio y a la segunda 30,6 veces. Pero más allá de los datos, basta echar un vistazo rápido a las tendencias para caer en la cuenta que los dragones ‘shakespearianos‘ generan mucha más adrenalina social que elfos, enanos y trolls todos juntos.

A un lado las estadísticas, lo cierto es que las dos series han vivido viajes contrarios en su capacidad de enganchar a los suyos por su muy distinto manejo de la nostalgia. Cuando nos sentamos a ver ‘LAdP’ a lo que se asistió de la mano de los primeros y delicados episodios firmados por Bayona fue a una especie de ceremonia de reconocimiento. La serie estaba ahí básicamente para celebrar un reencuentro con lo que en su momento supuso la saga (o las sagas, mejor) firmadas por Peter Jackson. Prime se atrevía a volver al mito y el compromiso era hacerlo sin apenas mover una pieza de ese fino entramado de placeres culpables e inocentes que compone la melancolía en su sentido menos amargo. El problema fue que una vez cumplido el deseo del regreso, aquello se perdió capítulo tras capítulo en una suerte de inanidad tan lujosa como meticulosa que a duras penas reconstruía los grandes momentos vividos junto a los originales y ahora desaparecidos Hobbits.

De otro modo, todo era peor, pese a ser más lujoso, todo más aburrido y todo más engolado. Quizá la escena deslumbrante del sexto episodio, ‘Udûn‘ o también quizá la reconstrucción preciosa del interior de las Minas de Moira de la que sólo conservábamos hasta ahora la imagen precisa y preciosa de su completa destrucción. El resto, y pese al mucho brillo de los cascos, se resumía en una historia donde los buenos son buenos, los malos son malos y la capacidad de identificación con algún personaje se resumía a la siguiente salida de tono del enano Durin. Y da igual quién sea finalmente Sauron.

En ‘LCdD’ el recorrido fue inverso. Los primeros capítulos hasta el sexto en el que nació el reparto definitivo y se produjo el salto generacional cumplieron con la siempre gravosa labor de doblar las expectativas de una audiencia por fuerza entregada. La nostalgia en este caso jugaba en contra que no a favor como en su competencia fantástica. Aún quedaba por digerir la lenta degradación de ‘Juego de tronos’ desde los excelsos comienzos hasta sus atrabiliarios finales. ¿Sería esta nueva entrega tan mala como el desenlace de la original o tan brillante como los inicios de los inicios? Costaba hacerse a la idea de que el escenario dejaba de ser múltiple y de que ya no tendríamos que saltar de un lado a otro para orientarnos. Y así, cada recuerdo era cancelado, vencido y finalmente machacado. Si uno observa rápidamente un agregador de ésos que suman las críticas de los expertos, no tardará en darse cuenta de que las primeras reacciones a ‘LAdP’ fueron todas buenas y todas malas (o casi) a ‘LCdD’. Pero George R.R. Martin no podía decepcionarlos. Y no lo ha hecho.

A medida que ha ido avanzando la serie, los personajes con su acento oxoniense nos han ido convenciendo de su maldad. Todos ellos. Todas ellas, que son las que importan. Porque ésa es la esencia de una serie que vomita fuego. Pura tele. Despreciamos a los incestuosos Targaryen porque, en el fondo, no podemos más que amarles. Como Succession, pero en la Edad Media (o casi). Hemos visto a Laena Velaryon suplicar a su dragón que acabara con ella por no poder soportar el dolor de un mal parto; hemos contemplado cómo el usurpador y gran masturbador Aegon transformaba su miseria moral en simple podredumbre; hemos olido la carne podrida del hombre más poderoso de los Siete Reinos… Y ahí está el tuerto Aemond como testigo de las vilezas que vendrán. La nostalgia queda refutada. Mandan las mujeres. Sólo importa lo que pase a partir de ahora. Mi ojo y mi reino por un dragón.

Por supuesto, en una u otra, la furia ‘antiwoke‘ tiene más que motivos para seguir supurando hiel. Y eso, la verdad, también cuenta.

Cultura

Antonio Ruz, bailarín y coreógrafo: “Los autónomos, artistas o no, tenemos que diversificarnos mucho para poder sobrevivir”

Antonio Ruz. Córdoba, 1976. Bailarín y coreógrafo todoterreno. Al Premio Nacional de Danza no hay disciplina que se le resista: flamenco, danza española, clásica, contemporánea… Estrena su nueva producción ‘Pharsalia’ el 21 de octubre en los Teatros del Canal de Madrid.

¿Por qué hay que ver su nuevo espectáculo ‘Pharsalia’?
Siempre que hay un estreno de danza es una celebración. Realmente, es una odisea estrenar y llevar a cabo una producción independiente de danza. Además, en nuestro sector, hay motivos evidentes de precariedad y pocas compañías independientes nos atrevemos a embarcarnos en proyectos de gran formato como este.
¿Cómo debería salir el público del teatro?
Como creador, siempre me pongo en el papel del espectador, pero aunque lo haga, no siempre tenemos todas las claves para modificar su estado y ver cómo se transforma viendo una obra de danza, de teatro o de música. Es la riqueza del arte y las artes escénicas. Hay infinitas interpretaciones, tantas como espectadores hay. Eso me da mucha libertad. Sí me gusta conmover, que haya una metamorfosis emocional e incluso que pueda llegar a estar incómodo.
¿Está de acuerdo con la célebre frase atribuida a Óscar Wilde: “Que hablen de mí, aunque sea mal”?
Que hablen de uno no está mal, pero no es fácil exponerse ante un público cuando la obra que llevas al escenario traslada ideas muy íntimas, cosas que llevas pensando y trabajando durante muchísimo tiempo. Si el público reacciona mal a todo eso, hay que hacer un buen trabajo para no perderse y no pensar que estás en la mala dirección. No se puede gustar a todo el mundo; es una frase que me digo mucho. Es bueno que la gente debata. Si una obra te deja indiferente, ahí sí me preocuparía.
Cuenta con una formación ecléctica: flamenco, danza española, clásica, contemporánea…
Es una suma de aprendizajes y de maestros que te van marcando. Empecé bailando flamenco en Córdoba muy pequeñito, luego en el conservatorio hice danza española y ballet clásico. Después, en Madrid, ballet clásico. A los años, dije ‘quiero bailar de otra manera’ y me fui a Ginebra, Lyon y Berlín, a bailar danza contemporánea. Soy muy curioso. Por eso, me fui de España. No fue solo para hacer una carrera internacional, sino porque me apetecía hablar idiomas, viajar y estar con gente de otras culturas para empaparme de cómo piensan; siendo español y estando muy orgulloso de mi país.
¿El bailarín español está condenado a salir fuera para avanzar en su carrera?
Si las políticas culturales no dan el apoyo suficiente, es difícil que los bailarines se queden en España porque no hay suficientes compañías o las que hay son muy precarias. Llevo 12 años con mi compañía y a mis bailarines no los puedo tener en nómina todo el año. Los bailarines se tienen que exiliar y está bien que vivan esa experiencia en el extranjero. Yo la viví en mis propias carnes y me ha cambiado la vida y mi carrera.
Claro, aquí hay pocas compañías estables de danza.
En España tenemos teatros increíbles en todas las comunidades autónomas que no tienen compañías estables de danza. Hay muchísimas orquestas estables, con músicos en nómina, pero compañías de danza hay dos: la Compañía Nacional de Danza y el Ballet Nacional de España. ¿Cómo pretendemos que un bailarín pueda aguantar cuatro o cinco años bailando solo una vez cada dos meses? Es imposible. Por eso, la gente se va a una compañía que le da una estabilidad económica y financiera, pero también artística. Un bailarín de 25 o 30 años no puede estar bailando una vez al mes. Tiene que estar subido al escenario todos los días.
En el año 2009, fundó su propia compañía. ¿Cuántos dolores de cabeza le ha causado?
Muchos dolores de cabeza, ansiedades… Ha sido un camino arduo y complicado, pero no quiero vivir en la queja. Emprender una carrera como coreógrafo independiente en España es una carrera de fondo. He arriesgado y me he entrampado, pero también he crecido muchísimo y he hecho crecer a muchos bailarines. He dado trabajo y he creado obras de mediano y gran formato cuando todo el mundo me decía ¡estás loco! He hecho colaboraciones en teatro, con el Ballet Nacional, proyectos con músicos… Es una carrera muy diversa y muy ecléctica. Al final, los autónomos, artistas o no, tenemos que diversificarnos mucho para poder sobrevivir.
Entonces, los autónomos, de cualquier ámbito, se parecen bastante.
Sí nos parecemos mucho. Además, como nuestra profesión no está reglada y no hay un Estatuto del Artista, como hay en otros países, donde, si eres autónomo, puedes cobrar el paro si hay una temporada en la que no tienes proyecto. Eso aquí no existe. Estamos luchando para que se ponga en marcha. Ya funciona en países como Francia, Bélgica o Reino Unido, pero aquí vamos con bastante retraso.
¿Cómo despertó su vocación por la danza?
Era yo era un niño muy inquieto y creativo. Hacía muchas manualidades de todo tipo. Estuve muchos años haciendo Belenes gigantes en las habitaciones de la casa de mi abuela. Empecé a bailar flamenco a los 7 años en una academia de Córdoba. Aunque en mi familia no hay antecedentes artísticos de manera profesional, mi bisabuela materna era melómana y mi abuelo paterno fue un buen cantaor aficionado. Mi padre se dedicaba al campo y, con su labor como agricultor, sacó adelante una familia de cinco hijos.
Volviendo a su faceta artística un tanto ecléctica, colaboró con Rocío Márquez y Bronquio en su último trabajo, estrena ahora su propio espectáculo y dentro de unos meses estará en los ensayos de la ópera ‘Macbeth’ en el Liceu.
Son ámbitos muy diferentes, pero todo te hace disfrutar y crecer. Muchas veces me dicen ‘joder, es que te metes en unas cosas superdiferentes’. Sí, soy un coreógrafo todoterreno. A veces, esas colaboraciones llegan a mí de manera muy natural. Si me llama Rocío Márquez, pues, claro, le voy a decir que sí. Un trabajo lleva a otro y la gente ve que te puedes meter en esos fregados del flamenco, de la ópera, de la danza contemporánea y todo lo que vaya llegando. Estoy encantado de ser un creador inclasificable. Puede ser mi sello: que no tengo sello.
Hay muchos artistas andaluces, como usted y otros con los que ha trabajado como Rocío Márquez, Bronquio o Rubén Olmo, director del Ballet Nacional, con gran proyección ahora. ¿Hay algún hilo conductor?
Sí, puede ser. En mi caso, mirar a las raíces siempre ha sido muy gratificante y muy atractivo. En Andalucía, siempre se han estado haciendo cosas muy interesantes, pero es verdad que, quizás ahora, con el flamenco, se están haciendo propuestas de vanguardia, alejadas del estereotipo. Nos estamos despojando del encorsetamiento. En el caso de Rocío Márquez y Bronquio, su último disco es completamente de vanguardia. Dialoga con la electrónica y con la voz flamenca de una manera tan profunda, que creo que va a sentar precedente. En Sevilla, el Teatro Central tiene una programación de vanguardia europea. Todo esto está creando un caldo de cultivo y están saliendo artistas muy interesantes.
Rechazó una oferta para dirigir una compañía estatal alemana.
Valoré más la libertad creativa que la estabilidad. Con mi compañía, es duro, pero el trabajo, justo ahora, está dando sus frutos. En una compañía estatal, por encima tuya hay otras cabezas pensantes. También te digo que, si me sale algo parecido en el futuro, lo mismo cojo la maleta y me voy.

Cultura

Marta Etura: “La gente me ha insultado por no pensar como ellos”

Tras casi un lustro en la piel de Amaia Salazar en la ‘Trilogía del Baztán’, la actriz regresa con ‘El color del cielo’, una película delicada e íntima que también es ajuste de cuentas y hasta sumario de heridas

Desde que en 2017 Marta Etura (San Sebastián, 1978) se embarcara en la adaptación a la pantalla de La trilogía de Baztán, dirigida por González Molina sobre el best-seller de Dolores Redondo, Marta Etura ha sido, antes incluso que Marta Etura, Amaia Salazar.

Por el camino, y por citar lo relevante, también fue madre. Pero eso es otro asunto. Es, de hecho, el asunto. Cosas del cine, de los personajes definitivos y hasta de las decisiones irrevocables. Y todo ello, para lo bueno y para todo lo demás (que no necesariamente malo).

Ahora regresa a la pantalla transformada. Y lo hace convertida no tanto en otra como en ella misma. En El color del cielo, de Joan-Marc Zapata, da vida a una actriz que, de repente, mira atrás y descubre lo que perdió. Suele pasar. Se diría que la actriz de la treintena de películas, del Goya por Celda 211 y hasta la vicepresidenta que fue de la Academia del Cine es ahora más Marta Etura que casi nunca, que casi siempre.

El color del cielo es una película que ni por presupuesto ni intención tiene nada que ver con justo lo anterior. ¿Va a echar de menos la atención que provocó la trilogía?
Al revés. Si decidí hacer esta película fue justamente por eso: por hacer justo lo contrario que la trilogía. Mi personaje es tan tranquilo que se agradece después de tanta agitación e intensidad.
En la cinta, la protagonista, actriz de profesión como usted, se enfrenta a la posibilidad de una vida que ya perdió. ¿Se imaginaba cuando empezó como actriz que pasado el tiempo estaría donde está ahora?
Todo el mundo, se dedique a lo que se dedique, llega un momento en que se para y mira atrás. Imagino que tiene que ver con la madurez. De todas formas, y en lo que a mí respecta, yo siempre he sido de mirarme adentro, muy para adentro. Y si sumamos que vengo de la trilogía a que todos venimos de una pandemia… sí, es mi momento de reflexionar.
¿Y?
Yo siempre he deseado ser actriz y poder dedicarme a esto es ya un sueño cumplido. Ahora, es cierto que sólo en este momento veo la parte más fea de la profesión.
¿Y cuál es ésa?
Bueno, desde pequeña me han inculcado eso de que el que siembra recoge y con el tiempo te das cuenta de que no, de que puedes sembrar y esforzarte y no recoger nada. Y a veces siembras maíz aquí y recoges… girasoles allí. Todo es muy azaroso. Y contra eso nadie te prepara. Vives con la idea de que si te lo trabajas puedes llegar donde quieras y, de repente, te das cuenta que donde quieras ya no.
Por descender al barro, ¿nunca ha tenido problemas económicos?
En la pandemia, sí. Me da pudor hablar de esto, la verdad. Siempre he sido muy consciente de ser una hormiguita. La incertidumbre forma parte de esta profesión y tienes que saber gestionarla.
¿Se queja mucho?
No, no soy una persona quejica. Me quejo, pero no abuso.
Quéjese entonces ahora.
Nadie tiene una carrera ideal, pero no me arrepiento de nada de lo que he hecho. Todas las películas, buenas o malas, me han aportado algo. Aunque, como todo el mundo, he hecho cosas sólo por el dinero. Bueno, hay una película de la que me arrepiento completamente.
¿Cuál?
No, no lo puedo decir.
¿Cómo recuerda su paso por la Academia del Cine?
Me costó mucho decir que sí, pero al final acepté porque creía que podía aportar algo a un oficio que amo. Sobre todo, en la gala de los Goya. Pero todas mis aportaciones -pero todas- cayeron en saco roto. Fue una pena. Las galas que se hicieron mientras yo estuve en la Academia fueron de las peores. Pero eso funciona como una democracia… y perdí.
En general, es difícil saber cuál ha sido peor…
Siempre he tenido claro que la gala se celebra para vender el cine español y eso no se hace. Se tendría que hacer para los espectadores no para los académicos.
¿Tienen remedio los Goya?
No lo sé la verdad. La gala de los Goya no refleja el talento que hay España y eso me da pena.
Nunca ha tenido problemas en opinar de lo que ha querido. Aunque eso eso le haya traído problemas…
Y es doloroso. Hay gente que me ha insultado por no pensar como ellos. Crecí en los 90 en el País Vasco donde no podías hablar porque las consecuencias eran muy duras. Crecí con la ilusión de que eso se iba a acabar y que con el tiempo todo el mundo podría hablar y dar su opinión. Y no.
¿Cree que vamos a peor?
La sensación que tengo es que este país cada vez esta más dividido en dos y eso, que lo he vivido en propias carnes, es la base de cualquier enfrentamiento. Ahora todo es blanco o negro. Y no, la vida está llena de grises.
¿Y quién es el responsable?
Esto lo fomentan los partidos políticos y la prensa. No hay libertad, hay una falta de libertad brutal… No sé si debo seguir por aquí porque ya veo la tormenta… Ellos lo fomentan porque a ellos les interesa para acabar gobernando de una forma u otra. Nadie gana sin conflicto. Queríamos que se acabara el bipartidismo para que esto terminara y, al final, ha sido casi peor.
¿Se arrepiente de lo que dijo de Arnaldo Otegi [se manifestó en contra de que se presentara a un cargo público por su pasada vinculación con ETA]?
No, porque es lo que pienso. Hay límites que no se pueden pasar y si los pasas no te mereces estar en un cargo político. Todos nos podemos equivocar, pero hay cosas que van más allá de una metedura de pata.
Hay una frase en la película que dice que uno tiene siempre que creer que merece algo mejor…
Sí, sin duda. Es eso lo que te mueve a buscar algo diferente.

Famosos

De pendejos a superhéroes, los latinos salvarán el mundo en 2023

Seis películas basadas en cómics tendrán protagonistas hispanos, en un intento de Hollywood de conectar con un público al alza.

Si no fuera por la comunidad latina de Estados Unidos se venderían un 24% menos de entradas en las salas de cine. El dato de 2021, recopilado por The Motion Picture Association, es tan sorprendente como la exigua cifra de actores hispanos que protagonizan películas en Hollywood cada año: un 5,2%, de los estrenos, una disparidad innegable que los estudios ahora parecen dispuestos a subsanar a través de los personajes que más se estilan: los superhéroes.

Entre la oferta que se avecina en las salas y plataformas de streaming para los próximos meses hay un puñado importante de personajes hispanos con poderes sobrenaturales. Firmas como Marvel, DC o Sony han detectado el vacío, la deuda moral y la oportunidad comercial. En marcha hay casi una decena de proyectos sumando películas de acción y series de televisión. Incluso Bad Bunny, la superestrella puertorriqueña de la canción, se ha apuntado al filón.

El cantante de trap y reguetón será la estrella de El muerto, una cinta de Sony sobre un luchador enmascarado que es el penúltimo mimbro de una larga dinastía con poderes. «Este papel es perfecto; sé que El Muerto va a ser épico», dijo el músico de Vega Baja en una entrevista con la revista GQ. «Soy fanático de Marvel y el hecho de que ahora sea parte de esta familia todavía se siente como un sueño». Jonás Cuarón, hijo del cineasta mexicano Alfonso Cuarón, dirigirá la película, cuyo estreno está previsto para enero de 2024.

Mucho antes, en noviembre de este año, verá la luz la segunda parte de Black Panther, la franquicia que cumplió la misma función de llevar a la comunidad afroamericana al género de los superhéroes. En su regreso, la película contará con dos hispanos en puestos destacados del reparto. El mexicano Tenoch Huerta hará de Namor, el hijo mutante de un capitán marino humano con habilidades acuáticas.

Música del mundo

Daniel Barenboim suspende todos sus conciertos por “una afección neurológica grave”

Ha suspendido parte de sus próximos compromisos para recibir tratamiento médico y cuidarse

El músico Daniel Barenboim reveló este martes que le diagnosticaron una afección neurológica “grave”, por lo que deberá relegar algunos de sus compromisos artísticos para cuidar de su salud.

“Mi salud se ha deteriorado en los últimos meses y me han diagnosticado una afección neurológica grave. Debo enfocarme en mi bienestar físico tanto como sea posible”, escribió el pianista y director de orquesta, de 79 años, en su cuenta oficial de Twitter.

El músico argentino, nacionalizado español, israelí y palestino, consideró una “combinación de orgullo y tristeza” el anunciar que deberá dar “un paso atrás” en algunas de sus actividades escénicas para los próximos meses.

“La música fue y continúa siendo una parte esencial y permanente de mi vida. He vivido en y a través de la música toda mi vida y seguiré haciéndolo mientras mi salud me lo permita. Cuando miro hacia atrás y hacia adelante, no solo estoy satisfecho, sino profundamente realizado”, concluyó Barenboim.

Ya este año, el músico suspendió otros compromisos por cuestiones de salud.

A finales de agosto pasado, en un comunicado difundido por la ópera nacional de Berlín, de la que es director musical desde 1992 y cuyo contrato fue prorrogado recientemente hasta 2027, se informó de que Barenboim no podría ponerse al frente del nuevo Anillo del Nibelungo por razones de salud, por lo que finalmente lo dirigiría el alemán Christian Thielemann.

“Estoy tremendamente triste por no poder dirigir el nuevo ‘Anillo'”, afirmó entonces el maestro, que argumentó que su salud era asunto “prioritario” y que debía concentrarse en su total restablecimiento antes de ponerse de nuevo ante una orquesta.

Nacido en 1942 en Buenos Aires, Barenboim cuenta por su prolífica carrera con galardones como el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia (2002), el Premio de la Fundación Wolf de las Artes de Jerusalén (2004), el Comendador de la Orden de la Legión de Honor francesa (2007) y diversos Premios Grammy en varias categorías.